Ateneo Asociaciones Almodóvar del Río Córdoba

Los recuerdos de la infancia nos marcan de por vida y se quedan con nosotros, acompañándonos, hasta nuestro  último estertor.

Hace ochenta años que se pierde cualquier referencia de Manuel Alba Blanes pero mi abuela aún hoy conserva en su memoria la última imagen de su padre. De figura esbelta y cara de bondad, lo recuerda vistiendo un traje negro y subiendo con paso apresurado las escaleras de la casa en la que vivían exiliados en la Guerra Civil; mientras tanto, ella, que tenía cinco años, jugaba en el patio con el resto de niños. Ha pasado tanto tiempo desde aquel momento que su silueta ya es sólo una sombra para mi abuela… pero nunca una sombra irradió tanta luz. Luz a su mujer, Enriqueta, sirvienta de un acaudalado terrateniente  y a la que le arrancaron su otra mitad. Luz a sus hijos, Manuel, Gregorio y María, que tuvieron que crecer sin el calor de un padre. Luz a su pueblo, Almodóvar del Río, rincón de la campiña cordobesa en el que Manuel Alba, jornalero, fundó el Ateneo Popular en el año 1929 para promover la cultura y el saber. Así lo recoge, negro sobre blanco, el acta fundacional de esta sociedad, en la cual el alma, la pasión y la esperanza se hicieron letra para crear un texto que conmueve al que lo contempla: “bajo la denominación de Ateneo Popular se constituye en esta población una asociación que tendrá por objeto difundir los conocimientos científicos y artísticos entre todas las clases sociales en general y en particular entre las clases obreras”. Las manos de Manuel Alba, agrietadas por la faena en el campo, se pusieron al servicio de su pueblo y fueron las que enseñaron a leer y escribir a muchos obreros de la localidad abrazando la idea de que el saber nos hace libres; plantando la semilla de la cultura, única simiente capaz de cambiar una Andalucía en la que el caciquismo y los abusos al jornalero estaban desangrando la tierra que nos vio nacer.

Este compromiso con la situación de su país y de su pueblo, hace a Manuel Alba tomar una posición osada y valiente, postulando al Ateneo Popular de Almodóvar del Río como paladín de la reivindicación en contra de las injusticias que marchitaban aquella España subyugada a la dictadura de Miguel Primo de Rivera. Un régimen dictatorial que no fue capaz de contener las ansias de libertad y de justicia de hombres como Manuel y su Ateneo, que plasmaron en el artículo 2 de los, anteriormente mencionados, estatutos fundacionales la siguiente sentencia: “cuando en la vida colectiva se cometa una arbitrariedad por parte de los poderes públicos, contra el inviolable derecho de gentes o una limitación a la libre emisión del pensamiento, esta entidad debe de hacer pública su disconformidad como lo estime más oportuno por cuanto el silencio ante el atropello consumado representa la tácita conformidad con el mismo”.

Intrínsecamente unida a la libertad y a la justicia social, el Ateneo Popular de Almodóvar también impulsó una gran labor cultural. Para este fin se crearía una biblioteca dotada con material de consulta de múltiples disciplinas, y se impulsarían actos como las “fiestas artísticas, deportivas o culturales”. Si cierro los ojos puedo imaginarme el patio de la sociedad repleto de vecinos de Almodóvar hablando del futuro de su pueblo y de sus hijos o de su arduo trabajo que empezaba al despuntar el alba. Y estoy seguro de que muchos de ellos, como Manuel Alba, fueron autodidactas, porque entendieron que los conocimientos no podían ser exclusivos de las clases poderosas. Pero además, en esta campaña en pro de la cultura, también se hicieron partícipes a las mujeres, algo revolucionario ya que hasta entonces se encontraban apartadas de los seculares clubes masculinos; en esta entidad fueron consideradas como socias de pleno derecho, tal y como reza el artículo quinto de sus estatutos: “podrán ingresar en el Ateneo con el carácter de socios activos todos los individuos de uno y otro sexo mayores de doce años”. Podemos estar orgullosos todos los ateneístas de que hoy nuestros ateneos recojan el legado de estas iniciativas y de que tengamos unas sociedades llenas de vida. A mi bisabuelo Manuel, allí donde esté, se le engrandecería el corazón al ver que en el Ateneo del pueblo siguen esas tertulias, que se desarrollan actividades para fomentar la participación vecinal en la vida pública, el flamenco, las chirigotas, la lectura o la pintura. Por resaltarles un caso, quisiera mencionar la indescriptible sensación que sentimos todos los que formamos parte de esta entidad al ver a niños y niñas de los colegios de Almodóvar del Río en el  Ateneo con motivo de un taller de pintura creativa; en dichas jornadas, los más pequeños pudieron mezclar diferentes colores, dibujar distintas formas e imprimir con su pincel toda su verdad sobre el lienzo, con esa fuerza con la que sólo se hace en nuestra más tierna niñez. Que nuestro abono sirva para que crezcan fuertes las raíces de las futuras generaciones de nuestro pueblo es algo que nos fascina, tanto como que se haya creado dentro de nuestra entidad un “Ateneo Joven”, oportunidad para que los más jóvenes encuentren un espacio de recreo, de cultura y de encuentro.

Pero esta lucha incansable que les vengo relatando con el mayor de los anhelos, fue precisamente la que hizo a mi bisabuelo hallarse siempre entre dos fuegos: entre su lucha como obrero anarquista al lado del proletariado; y su lado mediador con las clases medias en su cargo como alcalde republicano del Frente Popular en Almodóvar. No es por tanto casualidad que Entre dos fuegos sea el título que da nombre a una obra teatral creada en su faceta como dramaturgo que reflejaba su vida y la situación de su pueblo. Los avatares históricos hicieron que sólo pudiese ser representada una vez pero ello bastó para comprobar cómo sus escenas gritaban mostrando una tremenda crítica social y siendo un alegato a Enriqueta, su mujer y su inspiración, quien se  encontraba atada en el centro de una cuerda de la que tiraban por ambos lados: por un lado tiraba Manuel, activista cultural y político, que defendía el empoderamiento de las clases populares y los valores democráticos y que, por encima de todo, la amaba; y por otro la agarraba su señor, un rico terrateniente al que servía y quien encarnaba los ideales del orden y la tradición. Finalmente, este fuego entre el que mi bisabuelo se encontraba, terminó abrasándolo y sus cenizas acabaron germinando la tierra por la que tanto luchó…ese compromiso con la cultura y con la República de los trabajadores hizo que pagase con su propia vida.

Mi bisabuelo se marchó de este mundo de una forma prematura pero nos dejó un legado tan valioso que hoy impregna cada rincón, cada muro, cada alma de aquellos que formamos parte del Ateneo Popular de Almodóvar.  Creó una vereda a partir de sus pasos y los que hoy la recorremos tenemos la suerte de ir subidos a hombros de todos aquellos valientes que, como Manuel Alba, iniciaron la transformación de nuestra patria.

Si los recuerdos, como decía al principio, nos marcan de por vida, el que yo tengo de mi bisabuelo, ha formado parte de mi ser desde mi primer aliento. A pesar de que nunca lo conocí, me acompaña de la mano en esta tarea que desempeño, junto con el resto de la Junta Directiva y socios, de concebir el Ateneo Popular de Almodóvar del Río como el instrumento para conquistar un horizonte más justo, más libre y mejor.

 

 

Antonio Jesús Díaz Díaz